Artículo original en inglés de Oliver Sacks, The New York Times Sunday Review.
LAS ALUCINACIONES sobresaltan y asustan mucho: de repente, uno se encuentra viendo, oyendo u oliendo algo que no está ahí. Inmediatamente, uno se queda perplejo con la sensación de “¿pero qué me está pasando?.¿De dónde vienen las alucinaciones? La alucinación es algo convincentemente real, generado por los mismos canales neuronales que la percepción real, pero aún así, nadie más parece verlo. Y, entonces, uno se ve obligado a concluir que algo – algo sin precedentes – le esta pasando en el cerebro o en la mente. ¿Me estaré volviendo loco, quedándome demente, padeciendo un derrame cerebral?
En otras culturas, las alucinaciones se han considerado dones de los dioses o de las Musas, pero en los tiempos modernos parecen estar impregnadas de una ominosa trascendencia para la mente pública (y también para la médica) como presagios de enfermedades mentales o neurológicas graves. Para muchas personas – si no para millones – tener alucinaciones es un horrible secreto que jamás ha de mencionarse, que casi ni uno mismo lo reconoce pero que está lejos de ser algo poco frecuente. La gran mayoría de las alucinaciones son benignas y ciertamente, en mucha circunstancias son perfectamente normales. Muchos de nosotros las hemos experimentado de vez en cuando, durante un proceso febril o con la monotonía sensorial del desierto o de una carretera vacía, a veces, aparentemente por tristeza.
Muchos de nosotros, mientras estamos tumbados en la cama con los ojos cerrados, esperando a quedarnos dormidos, tenemos las llamadas alucinaciones hipnagógicas – patrones geométricos o caras, a veces paisajes. Dichos patrones o escenas pueden ser muy tenues o ser muy elaborados, con colores brillantes y que cambian rápidamente – la gente suele compararlas con las presentaciones de diapositivas.
Al otro lado del sueño se encuentran las alucinaciones hipnopómpicas que uno ve con los ojos abiertos al despertarse. Estas pueden ser normales (quizás una intensificación de color o alguien que te llama por el nombre) o espeluznantes (sobre todo si se combinan con la parálisis del sueño) – una araña enorme, un pterodáctilo sobre la cama presto al ataque.
Las alucinaciones (visuales, auditivas, olfativas o de otra índole) pueden ir asociadas a la migraña o a ataques, con fiebre o delirio. En los hospitales para enfermos crónicos, en las residencias de ancianos, en las UVI, las alucinaciones son frecuentemente el resultado de la toma de demasiados medicamentos y de las interacciones que se producen entre ellos, agravado por la enfermedad, la ansiedad y un entorno poco familiar.
Pero las alucinaciones también pueden desempeñar un papel reconfortante y positivo – esto es especialmente cierto con las alucinaciones de duelo, en las que se ve la cara o se oye la voz del cónyuge, hermano, padres o hijos difuntos – y posiblemente tenga un importante papel durante el proceso de luto. Dichas alucinaciones de duelo ocurren frecuentemente durante el primer o segundo año del duelo, cuando más se las “necesita”.
Habiendo trabajado en residencias de ancianos durante muchos años, me he asombrado como muchos ancianos con dificultades auditivas a que son propensos a las alucinaciones auditivas y, aún más comúnmente, a las musicales – música involuntaria que al principio parece tan real en sus mentes que pueden pensar que se trata de su vecino poniendo el estéreo.
Igualmente, las personas impedidas visualmente pueden empezar a tener extrañas alucinaciones visuales, a veces simples patrones, pero con frecuencia visiones más elaboradas de escenas complejas o de gente normal con vestidos exóticos. Quizás el 20% de las personas que pierden la vista o el oído tienen esas alucinaciones.
Una vez me llamaron para visitar a una paciente, Rosalie, una señora ciega y nonagenaria, cuando empezaba a tener alucinaciones visuales; también se convocó al personal psiquiatrico. A Rosalie le preocupaba que pudiera estar padeciendo un derrame cerebral o enfermando de Alzheimer o reaccionando a algún tipo de medicamento, pero pude tranquilizarla diciendo que no tenía nada de neurológico. Le expliqué que si a las partes visuales del cerebro se les priva de una entrada visual real, estas se quedan con el hambre de la estimulación y puede que se inventen sus propias imágenes. Rosalie se alivió mucho en esto y estaba encantada de saber que hasta había un nombre para su enfermedad: el síndrome de Charles Bonnet. “¡Dígale a las enfermeras – me dijo arrimándose con la silla – que tengo el síndrome de Charles Bonnet!”
Mis pacientes me cuentan sus alucinaciones porque estoy abierto a oír hablar de ellas, porque me conocen y confían en que normalmente dé con la causa de sus alucinaciones. La mayoría de las veces estas experiencias no resultan una amenaza y , una vez que uno se adapta a ellas, pueden ser incluso ligeramente entretenidas.
David Stewart, un paciente con el síndrome de Charles Bonnet con quien me carteo, escribe que sus alucinaciones son “por lo general agradables” y se imagina a sus ojos diciendo: “Sentimos haberte decepcionado. Reconocemos que la ceguera no es nada divertida, así que hemos organizado este pequeño síndrome, una especie de oda a otra vida con vista. No es mucho, pero es la mejor forma que tenemos de apañarnos.”
El Sr.Stewart ha sido capaz de tomarse sus alucinaciones con humor, dado que sabe que no son un señal de deterioro mental o locura. Para demasiados pacientes, empero, persiste la vergüenza, el secretismo y el estigma.